De entrada parece que tenemos a la vista un “Artic horror tale”, pero esto es sólo una apariencia.
Por otra parte, es espacio nevado es también uno de los paradigmas icónicos más ecologistas , junto con la selva amazónica o el fondo de los mares. Del mismo modo que en los desiertos filmados por David Lean, tenemos aquí un escenario primario, referencial, reserva de la pureza originaria del planeta, antítesis de las geometrías invasoras o degradantes urbanismos perpetrados por el hombre en la mayor parte de la superficie terrestre.
Pero, ¿con qué opción se queda Fessender? ¿Funciona el elemento blanco como escenario del horror o como homenaje visual a los últimos reductos vírgenes? Tal vez haya una tercera opción.
El mensaje: el hombre es un lobo para el medio ambiente
El filme muestra una acción-reacción. La acción de los intereses empresariales en perforar capa de permafrost para desangrar una de las últimas zonas vírgenes del planeta. Y la reacción de la propia naturaleza ( y aquí aparece el elemento telúrico y mitológico).
Fessender recurre a la nieve como escenario para evocar antíguas creencias- la mitología de los nativos americanos- cuyo enunciado sustituirá en el tramo final del filme a la insaciable motivación de la especie animal más invasiva que se obstina en justificar con cualquier argumentario la explotación extrema de los recursos naturales.
No es difícil sentirse tentado a comparar esta película con “The Thing” de Carpenter, guiados tal vez por su misma filiación genérica, la del género fantástico.
Pero aunque el cineasta neoyorquino utiliza lugares comunes : espacio aislado donde conviven un grupo de personajes ( Alien, Dead Snow, Vienres 13, The Thing ), con distintos puntos de vista y que van desapareciendo uno a uno, en “The Last Winter” el tono y la intención se alejan de la senda trazada por sus parientes de género : el objetivo no es mostrar el itinerario del horror, sea a causa de psicópatas o alienígenas. No es casual que se evite el efectismo gore tan frecuente en otros filmes. Las muertes se presentan de un modo naturalista y resignado, y se mantiene hasta el último tercio del filme una ambígua y calculada atmósfera .
En ese último tercio aparece el elemento fantástico, materializado en una figura con apariencia híbrida, casi traslúcido porque los espíritus suelen ser puro viento, como esas ráfagas inesperadas que sorprenden y alarman a los miembros de la estación base. Figura cercana en su aspecto gráfico a cómo se ha representado en la mitología de los primeros americanos del norte y la zona de Canadá.
Esa presencia sobrenatural aparece como la metáfora de la reacción definitiva frente a las agresiones extremas sobre el planeta, encarnadas aquí en el paradigma moderno de la degradación: la extracción de petróleo en zonas teóricamente intocables.
Fessenden pretende aportar, más allá de la información mediática o la divulgación científica, una forma diferente de agitar conciencias. Y utiliza como pretexto su relato de terror ártico para endosar un mensaje, más simbólico que discursivo, acerca de los inquietantes efectos del calentamiento global.
Es el augurio que se oculta bajo las palabras del protegido de Pollack, la primera víctima de las alucinaciones: “..algo está ocurriendo ahí fuera … Qué es el petróleo sino un grupo de cadáveres fósiles … Estamos destapando un cementerio.” Y esta es la idea del eco-mensaje de Fessenden: la naturaleza dañada va a responder , liberando tal vez esos espíritus vengativos que aquí toman el aspecto del Wéndigo.
El “ espíritu del Wéndigo “ o la versión alternativa del fin del mundo
En el manual de la OMS, el trastorno de Wéndigo aparece como un síndrome cultural. Es un tipo de trastorno mental que se producía entre algunas tribus amerindias de Canadá y Alaska. La persona que la sufría dejaba de comer, padecía náuseas y episodios de insomnio o alucinaciones, como los miembros de la estación base. Las alucinaciones podían derivar en la conversión en un caníbal, en una bestia.
Wéndigo es también el nombre que se daba a una figura mitológica por estas mismas tribus, y que representaban como a una criatura gigante de apariencia animal y que se suponía era la personificación de la llamada atávica que los bosques profundos y la naturaleza más salvaje provoca en los hombres. Si se tiene en cuenta esta referencia mitológica, presente ya en su anterior película “ Escalofrío” ( Wéndigo, ) podemos obtener un sentido más verosímil a los acontecimientos de la trama.
Fessenden reformula el mito para acercarlo al propósito de su filme , convirtiendo al Wéndigo en una entidad etérea, más espiritual que física, y que se encarna al principio en ese viento violento e inesperado que altera las conductas de los personajes para ser luego algo más letal. Es la alegórica presencia de los espíritus vengativos de Gaia, la madre Tierra, los heraldos que anuncian el exterminio , una visión de resonancias bíblicas pero de referentes muy reales.
En resumen
Destacar la calculada ambigüedad con que Fessenden, en la mayor parte del metraje, consigue provocar en quien mira cierta incomodidad y espectación. El espectador se siente perdido no ya en medio del infinito espacio blanco sino en dentro del dilema que destila la propia trama: no sabe si atribuir lo que diezma a la base a los efectos del frío ártico ,a un fortuito escape de gas del subsuelo, o a algo más críptico y “lovecraftiano”.
Es en las secuencias finales donde se produce el giro de sentido que presenta de un modo alegórico la advertencia ecológica: su provocación busca antes repensar la vital relación maternofilial entre el individuo y la Tierra que lo sustenta, que la sacudida adrenalítica a través de los resortes subconscientes del miedo como podría sugerir el género de afiliación del filme.
Tal vez la subtrama del triángulo amoroso entre Pollack ( Ron Perlman), Abby ( Connie Britton) y el medioambientalista Hoffman (James LeGros) rebaje un poco la intensidad de esa atmósfera inquietante y premonitoria que repta – más que fluye – con sospechosa lentitud hacia un inefable destino, lentitud que concluye abruptamente en esa climática secuencia final.
Final que es planteado en dos movimientos ágiles ; una elipsis que nos traslada desde la tundra ártica a un hospital donde Abby parece despertar de un sueño , seguida por un contrapicado de cámara en el exterior en el que Fessender combina con acierto el impacto visual del epílogo de “The Planet of the Apes” con la perturbadora sugerencia de lo que sucede fuera de campo.