"Eran sobre las nueve y media y fingíais esperar el primer plato.
Le pellizcabas la oreja a la tacita de porcelana. La infusión estaba caliente. Soplaste con fuerza con afán de enfriar en un segundo el líquido y eso denunció tu impaciencia.
Miraste su corbata verde botella que ya no te gustaba. En realidad se la habías regalado en alguno de sus cumpleaños. El gesto de a un lado de tu boca hizo el comentario.
Por debajo de la mesa permanecían, rígidas y distantes, tus preciosas piernas que ya sólo se desnudaban en público.
Una de ellas empezó a temblar, como tocando un cháston imaginario.
La cena no pasó en un suspiro.Cuando llegó el postre, el camarero ya había dejado de apostar por que lo vuestro durase otra cena (los camareros que trabajan aquí tienen un sexto sentido para detectar relaciones que comparten mantel y agonía.
... Así fué más o menos como ocurrió.
No hace falta saber leer los labios para darse cuenta de que él jamás los volvería a besar.
La despedida fué brevísima. Ella se levantó y debió decirle algo como "hasta aquí llegamos. No aguanto más. Voy a dejarte". Claro que pudieron ser otras palabras. Hay todo un repertorio de frases para estos casos.
Luego desapareció por la puerta sin girarse. Él miró hacia los lados y cayó en la cuenta de que el resto de las mesas estaban a lo suyo, a años luz de aquella escena.
Luego esperó a que se enfriase su infusión y su cara para pagar la cuenta.
Le deseé buenas noches y volví a lo mío. Mientras distribuía por las mesas vacantes a los nuevos comensales se me ocurrió pensar que yo era un hombre afortunado por no tener una corbata verde.
by Pine Lighwood
Le pellizcabas la oreja a la tacita de porcelana. La infusión estaba caliente. Soplaste con fuerza con afán de enfriar en un segundo el líquido y eso denunció tu impaciencia.
Miraste su corbata verde botella que ya no te gustaba. En realidad se la habías regalado en alguno de sus cumpleaños. El gesto de a un lado de tu boca hizo el comentario.
Por debajo de la mesa permanecían, rígidas y distantes, tus preciosas piernas que ya sólo se desnudaban en público.
Una de ellas empezó a temblar, como tocando un cháston imaginario.
La cena no pasó en un suspiro.Cuando llegó el postre, el camarero ya había dejado de apostar por que lo vuestro durase otra cena (los camareros que trabajan aquí tienen un sexto sentido para detectar relaciones que comparten mantel y agonía.
... Así fué más o menos como ocurrió.
No hace falta saber leer los labios para darse cuenta de que él jamás los volvería a besar.
La despedida fué brevísima. Ella se levantó y debió decirle algo como "hasta aquí llegamos. No aguanto más. Voy a dejarte". Claro que pudieron ser otras palabras. Hay todo un repertorio de frases para estos casos.
Luego desapareció por la puerta sin girarse. Él miró hacia los lados y cayó en la cuenta de que el resto de las mesas estaban a lo suyo, a años luz de aquella escena.
Luego esperó a que se enfriase su infusión y su cara para pagar la cuenta.
Le deseé buenas noches y volví a lo mío. Mientras distribuía por las mesas vacantes a los nuevos comensales se me ocurrió pensar que yo era un hombre afortunado por no tener una corbata verde.